Suecia apostó por la inmunidad de grupo y ha pagado un precio muy alto
Anders Tegnell ya sabe que una de sus previsiones no se ha cumplido. El principal consejero científico del Gobierno sueco calculaba a principios de mayo que un 40% de los habitantes de Estocolmo habría desarrollado inmunidad ante la COVID-19 para finales de mes. Los estudios de seroprevalencia realizados en varios países indican que ningún país ha alcanzado ese umbral, ni siquiera los más castigados por el coronavirus.
El realizado en España dio la cifra del 5% y un 11% en Madrid. Pruebas llevadas a cabo en 11.000 hogares de Inglaterra ofrecieron una cifra ínfima: un 0,27%. En Francia, un estudio científico afirmó que un 4,4% de la población había sido infectada. En las zonas más dañadas, como París, no superaba el 10%. La mayoría de los epidemiólogos considera que, para que se pueda hablar de inmunidad de grupo, no menos del 60% debe haberse contagiado y desarrollado los anticuerpos que les permitirían no verse afectados por la enfermedad.
La idea de inmunidad de grupo era uno de los puntos con los que se justificaba la decisión de Suecia de rechazar las medidas drásticas de confinamiento adoptadas en Europa Occidental, incluidos los otros países escandinavos. Los colegios no se cerraron, sí las universidades. Las prohibiciones habituales en Europa eran sólo recomendaciones, en general respetadas por la población. Tegnell estaba convencido de que el tiempo le daría la razón, lo que no ha ocurrido hasta ahora. "En otoño, habrá una segunda oleada. Suecia tendrá un alto nivel de inmunidad y el número de casos será probablemente bastante bajo. Pero Finlandia tendrá un muy bajo nivel de inmunidad. ¿Volverá Finlandia a decretar un confinamiento total?", dijo al FT.
Nadie sabe lo que ocurrirá después del verano, pero las posibilidades de una segunda oleada son altas. Lo que sí se conoce es lo que ha ocurrido hasta ahora y ahí es evidente el precio que ha pagado Suecia. El país ha sufrido 3.698 muertes por el coronavirus, 365 por millón de habitantes, un nivel no muy inferior al de Francia y muy superior al de Estados Unidos. Es en la comparación con sus vecinos, que sí promovieron el confinamiento, donde Suecia sale peor parada. Noruega ha tenido 232 muertes (43 por millón de habitantes). Dinamarca, 547 (94 por millón). Finlandia, 298 (54 por millón).
En otras palabras, los suecos podrían preguntarse si 3.000 de sus compatriotas podrían estar vivos hoy si las decisiones del Gobierno hubieran sido otras. Es una incógnita que existe en todos los países.
El punto negro de la realidad sueca no fue una sorpresa. Al igual que en otros países, las residencias de ancianos se convirtieron en el lugar más vulnerable. Tegnell lo sabía y lo admitió en público, pero las medidas adoptadas no surtieron el efecto deseado. La mitad de las muertes se ha producido en residencias y un 25% más entre ancianos que reciben atención domiciliaria.
El Gobierno, los sindicatos y los ayuntamientos (responsables de la gestión de las residencias) pactaron la semana pasada la contratación de 10.000 trabajadores más para solucionar las carencias de ese sector. Según el sindicato Kommunal, el 40% del personal no estaba cualificado y trabajaba con contratos temporales de corta duración. Si enfermaban, no podían permitirse el lujo de quedarse en casa. Muchos no contaban con el material de protección necesario.
Una enfermedad que no desaparecerá
Tegnell puede argumentar que la inmunidad de grupo nunca fue un objetivo específico de sus planes, la herramienta con la que superar la pandemia. Básicamente, porque es imposible. La inmunidad de grupo es una consecuencia de la extensión de una epidemia a lo largo de un amplio periodo de tiempo, no una estrategia. "No creo que nosotros o ningún país del mundo alcance la inmunidad de grupo en el sentido de que la enfermedad desaparezca, porque no creo que sea una enfermedad que vaya a desaparecer", dijo.
Eso no quita para que Tegnell y otros epidemiólogos de su equipo pensaran que el número de contagiados iba a ser mucho mayor, al menos en la capital, y que eso supondría una carga asumible y que tendría consecuencias positivas más adelante. Sus modelos epidemiológicos calculaban a finales de abril que una tercera parte de los residentes en Estocolmo estaba inmunizada. Johan Giesecke, el anterior epidemiólogo jefe del país y asesor de la OMS, incluso elevaba ese porcentaje a casi la mitad de habitantes de la capital. Eso favoreció que un alto porcentaje de la población apoyara la estrategia.
Muchos científicos suecos denunciaron que la decisión del Gobierno de no repetir los pasos dados en Noruega o Finlandia y mantener abiertos los locales de ocio era una estrategia arriesgada o casi suicida. Epidemiólogos de la Universidad Johns Hopkins calificaron de "concepto erróneo y peligroso" la idea de buscar la inmunidad de grupo.
Sólo una catástrofe de dimensiones aun mayores a las conocidas hasta ahora a causa del coronavirus podría acercarnos a esos porcentajes. "La idea de que 'bueno, quizá los países con medidas flexibles y que no han hecho nada podrán de forma mágica alcanzar alguna inmunidad de grupo y no pasa nada si perdemos algunas personas mayores por el camino', esa idea es realmente peligrosa", dijo el 11 de mayo Mike Ryan, director de Emergencias Sanitarias de la OMS. Según los epidemiólogos de la Johns Hopkins, peligrosa hasta el punto de llegar a provocar medio millón de muertos en EEUU.
"En España ha estado en contacto con el virus poco más del 5% de la población y tenemos 27.000 muertos. Imagina lo que supone que se infecte una gran parte de la población. Hablamos de cientos de miles de fallecimientos", ha dicho Miguel Hernán, catedrático de Epidemiología en la Universidad de Harvard y miembro del comité de expertos que asesora al Gobierno español.
A mediados de marzo, el Gobierno británico aún creía que alcanzar la inmunidad de grupo era una opción viable (en ese momento, Reino Unido contaba con 800 casos de coronavirus y once muertes). Su principal consejero científico, Patrick Vallance, defendía esa opción en las entrevistas. El aumento del número de muertos lo hizo políticamente insostenible y el Gobierno se rindió a la evidencia. Hoy, hay contabilizados 243.000 casos y 34.636 muertes.
La caída de la economía
La ausencia del confinamiento forzoso planteaba otra opción favorable. Suecia confiaba en que el impacto económico fuera menor. Tampoco ahí se han cumplido las previsiones optimistas. La caída de la actividad económica en marzo sí fue mucho menor a la media europea. A largo plazo, todo se oscurece. La Comisión Europea calcula que su PIB caerá este año un 6,1%, un dato similar al de Alemania, algo mejor que el de Noruega (7,4%) y claramente mejor al de Dinamarca (10%). El banco central sueco es más pesimista y sitúa la pérdida entre el 7% y el 10%. El desempleo llegará al 10%, una cifra muy alta en Suecia.
No importó mucho que las fábricas siguieran abiertas inicialmente. Volvo tuvo que cerrar sus plantas durante semanas por faltarle piezas y componentes que tenían que venir del exterior y verse afectado su sistema de distribución de vehículos por toda Europa. Una economía exportadora como la sueca siempre se verá afectada por una recesión global.
Las tiendas suecas han seguido abiertas. Eso no quiere decir que hayan tenido los mismos clientes. "Las más afectadas han sido las de ropa, zapatos y artículos deportivos", explicó la patronal del comercio. "La mitad de las tiendas ha perdido al menos el 40% de sus ventas. Uno de cada diez negocios ha perdido el 80%". Las grandes ciudades han sufrido una caída mayor de su actividad económica. Ante la crisis económica que ya ha llegado, los consumidores han optado por el ahorro y comprar sólo lo imprescindible.
Los responsables de la estrategia sueca han dicho siempre que estamos ante un maratón, no un sprint. Abusando del símil, se puede decir que en las carreras de velocidad Suecia ha sido derrotada con claridad por sus vecinos. Los resultados del maratón aún están por llegar y cuando salgan será ya demasiado tarde para cambiar de estrategia.
Fuente: Aqui
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